Partimos de
la idea de que la expresividad no es un don que se trae impreso, ni un mandato
genético. Un gesto expresivo no es un reflejo ni una praxis. Reflejos, gestos y
praxis tienen como materia prima en común al movimiento, pero mantienen entre
sí diferencias esenciales. Es cierto que algunos reflejos y algunas respuestas
señal se transforman en un gesto expresivo, pero en sí los reflejos y las
sinergias no constituyen un gesto expresivo hasta que no son codificadas por
otro y pasan a constituir un signo en la trama comunicacional.
La gestualidad expresiva no es un mero poner afuera algo que
de por sí está adentro como carga orgánica. La gestualidad se gesta, se
incorpora, en la medida en que cobra sentido frente a otro. Dotar un movimiento
de cualidad expresiva implica una codificación diferente a los códigos
genéticos, se trata de los códigos de la comunicación corpórea, productos del
intercambio humano. El cuerpo es producto de la cultura. Imprimir en el
organismo la función y el funcionamiento de un gesto no es tarea individual
sino inter-activa y colectiva. El sentido de un gesto parte de un otro que lo
codifica.
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